Los inicios de esta historia son ya
de por si inquietantes. Vemos a un cuarentón detenido en
una comisaría, borracho, lanzando improperios a los policías
y comportándose de manera impropia. Un amigo viene a buscarlo
y mientras está en una cabina intentando que a su amigo
se le pase la borrachera y hable con su mujer y con su hija, que
cumple años, este desaparece sin dejar rastro.
Nadie sabe de su paradero durante
14 largos años, pero nosotros sí podemos verlo,
recluido en una habitación a la que le traen comida y en
la que planea una fuga y sobrevive pensando en la venganza contra
su captor en cuanto quede libre. Cuando por fin vuelve a ver la
luz solar intenta buscar a la persona que le hizo eso, no tanto
para vengarse como para saber porqué lo hizo. Pero ese
personaje también le busca a él, trabándose
en ese momento una relación entre ellos regada de odio,
violencia y muchísimas dudas.
El argumento parte de ese desconocimiento
que tenemos de lo que le está pasando al protagonista,
porque sólo sabemos lo mismo que él sabe. Después
un guión retorcido pero ingenioso consigue que nos vayamos
cada vez interesando más en la historia, atractiva y entretenida.
Cada cual puede buscar la moraleja
que quiera en la historia: esta puede tener que ver con la venganza,
con la sociedad en qué vivimos, o quien sabe si alguno
verá como un “Gran Hermano Mayor”
a este OldBoy.
En cualquier caso seguimos disfrutando
de una época dorada del cine asiático en general
y del Coreano en particular, tanto con el director de esta película,
Park Chan Wook, como por otros directores muy
interesante, como pueden ser Kim Ki-Duk (Hierro
3, Samaritan Girl).
Destaca la interpretación de
los actores, con registros que van del rudo protagonista, a la
dulce chica o el chulo malo. Roles que no son tan prototípicos
como pudieran parecer y que tienen su encanto.